martes, 21 de abril de 2009

Por dj julio.
Por años, la vida interna de la Policía Nacional ha estado afectada seriamente por una lucha de poder entre los altos oficiales que están en los mandos y por quienes, de manera solapada o abierta, aspiran a esos puestos. Este hecho, más la corrupción interna, los privilegios y hasta la indisciplina expresan la debilidad institucional de la entidad.
La corrupción interna, el tráfico de influencias, la discrecionalidad y privilegios en la distribución de posiciones y recursos financieros se enquistaron en la Policía Nacional, agrietada por el grupismo que convierte en quimera la unidad, las tendencias con marcada preferencia por algún comandante que aspira a la jefatura, el general marginado que solapadamente instiga indisciplina, desobediencia, o el oficial que desde afuera azuza intrigas, descontento, coexisten entre aquellos que abogan por la profesionalidad, el imperio de la ley y de la ética.
Grupos de poder que propician el divisionismo, algunos con padrinos en el gobierno, nucleados por intereses económicos o políticos, que pasan por tiempos de vacas gordas y tiempos de vacas flacas, según la cercanía o distancia de la jefatura de turno.
Esas y otras interioridades han estado en el eje de las críticas que cuestionan una institución signada por el descrédito, aunque la lupa que observa la conducta policial se centra más bien hacia la periferia, en el accionar de los agentes fuera de los cuarteles. Y es justamente en su seno donde germina la corruptela, las inconductas que manchan la historia policial.
En la lucha por el poder interno se conformaron durante años clanes mafiosos, anillos de corrupción. Cada jefe que llega tiene su grupo y adhiere a otros para consolidarlo, generales incorporan a su servicio gran cantidad de agentes, usan los recursos para beneficiarse y favorecer a allegados. Los incentivos, “especialismos” o sobresueldos, vehículos, combustibles y equipos se distribuyen a discreción de los incumbentes, privilegiando a unos pocos en posiciones de poder.
Sistemáticamente violan sus normas. Ascensos a destiempo, al vapor, han promovido carreras policiales meteóricas. Es recurrente la denuncia de que los méritos no siempre validan una promoción, de que ha mediado el dinero, lo que explica, junto al tráfico de influencias, la proliferación de generales sin mando. El desprestigiado generalato que absorbe en sueldos y viáticos gran parte del presupuesto, al margen de las dádivas que algunos justifican como “muestras de agradecimiento” por un servicio prestado.
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